Ceuta, 5 de mayo de 2024.
Hace unos minutos he recibido un mensaje de mi amigo Óscar llamándome la atención sobre la luz especial que se aprecia en este atardecer dominical.
Advertido por mi amigo del alma he preparado mi máquina fotográfica, mi cuaderno y un bolígrafo y me he acercado hasta el cuerpo de guardia de San Andrés. La disposición de las nubes es propicia para un bello atardecer. La tonalidad del cielo es de un intenso azul que va tornándose violáceo. Aguardo emocionado a que se complete la composición del cuadro, mientras escucho el chirrido de los vencejos y el graznido de las gaviotas. Algunas pasan tan cerca de mí que me llega el sonido de sus aleteos.
Sobre el mar en calma flota la almadrabeta recién calada que parece abrazar a los bancos de bonitos.
La luz crepuscular enciende las nubes que adquiere un llamativo color rosáceo. En este momento escucho la llamada del muecín que llama a los creyentes para el rezo de la hora del Magreb. La noche se cierne sobre Ceuta.
Las gaviotas, al caer el sol, se dirigen en desbandada hacia oriente para atrapar los restos de luz del día que ahora acaba.