JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
silencio

Ceuta, 13 y 14 de febrero de 2021.

Ando inquieto últimamente. Hoy a las 6:22 h ya estaba despierto y dándole vueltas a la cabeza. Tengo la sensación de no tener claro el próximo paso en mi camino y ello me mantiene parado. Quizá sea bueno pararse de vez en cuando y hacer balance del camino recorrido antes de seguir avanzando. Donde me lleva esta reflexión es a tomar conciencia de lo logrado hasta el momento. He conseguido despertar mi alma, al mismo tiempo que animaba el espíritu de Ceuta. Los frutos tangibles de este proceso son los libros “El Espíritu de Ceuta” y “Arqueología del alma”. En pocos días tendré también entre mis manos la obra “Magia talismánica en la Ceuta del siglo XIII” y estoy preparando con Óscar un libro trascendentalista titulado “Cuadernos de naturaleza”. También he publicado, junto a Virgilio, varios artículos sobre talismanes antropomórficos y en estos días ando liado con la producción de un vídeo sobre la Ceuta sagrada.

Pienso que mi “productividad” se ha incrementado de manera notable en poco más de un año y aun así siento la necesidad de seguir dando frutos, como el Árbol de la Vida en el Jardín de las Hespérides. Unos frutos que saben a eternidad y destinados a nutrir el alma de quienes los prueben. Al releer mis escritos para la preparación de libro conjunto con Óscar me he dado cuenta de que están sazonados con los ingredientes habituales del misticismo de la naturaleza. Para tomar conciencia de este hecho me ha sido de gran ayuda la lectura de los libros sobre mística de Evelyn Underhill y Patrick Harpur.

Durante esta etapa de escritura de la naturaleza he practicado lo que E.Underhill denominó la primera forma de contemplación que los antiguos místicos llaman “el descubrimiento de Dios en sus criaturas”. Este desvelamiento de Dios se produce “no por medio de una aventura extática a regiones más allá de los sentidos, sino con la amante y paciente exploración del mundo que se extiende a tus puertas; el flujo y reflujo y el poder perdurable de los que tu propia existencia forma parte” (Underhill, 2015: 67). Se trata de mirar la naturaleza de forma deliberada, desapasionada, “intensamente, sin egoísmo, sin tener en cuenta su reputación, sus usos prácticos, sus peculiaridades anatómicas” (Underhill, 2015: 69). De esta forma he logrado establecer una relación íntima con la naturaleza ceutí que me ha ayudado a conocer el profundo significado y el poder real del espíritu de Ceuta. Lo siento alojado en mi templo interior y me habla en forma de himnos y poemas de belleza que he procurado registrar en mis libretas. La estrecha relación que he establecido con el genius loci de mi ciudad natal me ha servido para ampliar la intensidad de los sentidos y así captar una luz, unos olores, unos sonidos y unos colores que antes me pasaban desapercibidos.

El espíritu de Ceuta emana de esta tierra sagrada, mágica y mítica, y mi misión consiste en absorberlo y saborearlo para traducirlo en palabras que logren comunicar sus secretos a otras personas que tengan “oídos para oír”. Quisiera que la lectura de mis escritos y libros transmitieran el sentir de los latidos de mi corazón y el gozo que me provoca la contemplación de la naturaleza. Mi propósito es que mis lectores sientan el deseo de beber el agua de la vida que brota de la fuente que, tanto en sentido figurado como real, se encuentra en Ceuta. Estoy hablando de situarse, como dijo Thoreau, cerca de la corriente por la que circula la vida y abrirte a ella para que inunda tu interior. Más allá de la potenciación y afinación de los sentidos, de la absorción del espíritu del lugar y de la vitalización de nuestro ser, tenemos que hacer un esfuerzo para acceder a la Unidad, a lo Infinito y Eterno, gracias a la activación de los sentidos sutiles del alma.  

En la segunda forma de contemplación, que poco a poco voy experimentando, mi atención se dirige al centro de mi ser alejándome de todo tipo de imágenes y pensamientos. Justo ahora me encuentro en este “amor sin caminos”, en esta fase contemplativa que me lleva “a un silencio intenso y vívido; un silencio que existe por sí solo, a través y a pesar del mundo” (Underhill, 2015: 82). Me siento atraído por el intento de describir las sensaciones que me produce “este mundo sin caminos, más allá de las imágenes; donde todo es y, no obstante, no lo sabe” (Underhill, 2015: 82). Me atrae, igualmente, la nada y el silencio, el infinito al que, de manera tibia, me he asomado en algunos de mis escritos que en este momento me llaman poderosamente la atención. De manera lenta, voy recuperando esa sensación de sentir la tierra flotando en un universo inabarcable, oscuro, frío y silencioso, mientras que yo escribo desde un oasis de luz, calor y vida. Este contraste me lleva a valorar más la vida.

La nada nos aterra, pues la asociamos extinción de nuestro ser y estamos equivocados a tomar como cierta esta conclusión precipitada. Existe una realidad más allá del mundo que construimos mediante las herramientas de nuestra conciencia. Cuando logramos descorrer este velo nos elevamos a una nueva posición en la que nos damos cuenta de que pertenecemos a un todo más grande y que estamos “viviendo la Vida Eterna ahora, en el medio del tiempo” (Underhill, 2015: 83). Para atisbar esta realidad infinitiva y eterna es necesario que hagamos uso de la imaginación y, más concretamente, de la Imago Templi. En el interior del templo que somos conseguimos limitar el alcance de nuestra atención. No obstante, hay que aclarar que la imagen del templo es una ayuda para la concentración, pero no una cárcel para nuestra alma que la aísle del templo exterior en el que la paz, la presencia, lo envuelve todo. No hay dentro ni afuera, como escribió Goethe. Cada uno de nosotros somos una materialización temporal y limitada de energía cósmica.

La Divina Oscuridad que percibo cuando me elevo por encima del plano terrenal me produce una mezcla de espanto, paz y alegría, además de “un paradójico sentido de la bajeza y la grandeza del alma, que ahora por fin puede medirse según los augustos parámetros del infinito” (Underhill, 2015: 84). Me gusta acercarme a la naturaleza, como he hecho esta mañana, para ascender a la oscuridad del cosmos y asomarme al infinito, donde percibo el poder de Dios. Esta “Energía de Amor” la siento en la naturaleza y más allá de ella. Todo está impregnado por esta fuerza que capto al acariciar una planta; al escuchar, como ahora hago, las olas del mar, el graznido de las gaviotas de adouin; al sentir el calor y la luz del sol; al observar los colores rojizos del amanecer o el azul del mar y del cielo; al emocionarme y sentir las lágrimas corren por mis mejillas ante la contemplación de tanta belleza; al tomar conciencia del milagro de la vida y de los regalos que cada día, en cada instante, nos ofrece la divinidad; al inspirar el aire puro cargado de sol e impregnado con el intenso olor de las algas y las plantas marítimas; al imaginar la profundidad del mar que tengo delante y toda la riqueza natural que esconde; al tomar conciencia de las vidas que se fueron y las que vendrán, como las olas del mar; al sentirme afortunado por haber sentido todas las formas de amor con tanta intensidad; al pensar que soy agraciado por unas lágrimas que han limpiado mi mirada; al soñar despierto con una humanidad bondadosa, sabia y respetuosa con la naturaleza; al no refrenar mi impulso a la adoración y a la contemplación; al poder beber en el Santo Grial el agua de la vida; al abrir mi templo para que Sophia Aeterna, la Sabiduría Divina, encuentre aquí su hogar; al mirar a mis semejantes como hermanos y a todas las formas de vida como un presente divino; al tomar conciencia de que mi vida tiene un propósito y un significado que trasciende lo terrenal; al haber nacido y vivir en este paraíso que es para mí Ceuta.

Este lugar, Ceuta, me lo ha dado todo y lo único que puede hacer por esta tierra es defender su naturaleza y la memoria de su historia representada en su patrimonio cultural. También está en mi mano escribir poemas sobre su belleza y compartirlos con los demás. Confieso ser un rapsoda, un místico de la naturaleza de ceutí, un guardián del templo que ha tenido la fortuna que reconocer en este sitio una puerta a la eternidad y un santuario de la vida.

Siento una ligera brisa en mi rostro, un soplo divino que reconozco como el espíritu de Ceuta. Es un espíritu con forma de diosa, que es la que inspira mis escritos e ilumina el camino de mi vida. Tomo el camino de regreso a casa subiendo por una empinada escalera de más de doscientos peldaños, pero no siento el más mínimo cansancio. A cada instante me paro a fotografiar las flores, a tocarlas y olerlas. Disfruto de sus colores y de sus bellas y evocadoras formas. Al volver a mi hogar siento que mi sensibilidad está a flor de piel, por lo que me emociono con suma facilidad. He logrado ampliar mi horizonte vital y llego a la conclusión de que vengo de un mundo mágico y sagrado que me colma de felicidad.  

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