Ceuta, sábado, 1 de junio de 2024.
Día nublado y de levante. No obstante, no quería dejar de venir a sentarme, acompañado por la naturaleza, en el valle sagrado de San José. Son las 9:00 h y tengo tiempo por delante para dar rienda suelta a mis sentimientos y pensamientos. En este lugar encuentro paz, la belleza de la naturaleza y la fuerza vital que mana del manantial del agua de la vida. Todas las personas a la que he acompañado a este santuario y se han sentado donde yo lo hago ahora mismo han experimentado una intensa sensación de paz y armonía.
Este lugar no sólo atrae a los buscadores espirituales, sino también a las aves. No hace falta levantarse para ver a los carboneros, petirrojos, mirlos, palomas torcales e incluso picapinos. Necesito esta dosis de paz para contrarrestar la continua agitación diaria y las preocupaciones personales, familiares y laborales. Aquí todo se mueve a un ritmo más lento: el del sol, el viento y el del paso de las estaciones. Todo se renueva de manera constante, pero mantiene su identidad. Esta es una importante lección que nos enseña la naturaleza. Nuestra vida sería más satisfactoria si nos sincronizamos con el ritmo de las estaciones y sus cambios.
Queda poco para que celebremos el solsticio de verano, día en el que el sol alcanza su cenit en el hemisferio norte y dispondremos de más horas de luz solar.
Un pinzón, que desde que llegué aquí se ha mostrado esquivo, se ha acercado a verme y ha posado para que pueda fotografiarlo.
Resulta gratificante comprobar que soy bien acogido en la naturaleza y que para sus criaturas no soy un extraño. Hasta una cría de petirrojo ha venido a saludarme. También tengo la oportunidad de saludar a mi amigo Pedro, que se ha acercado con su perro. Hemos estado charlando un rato y al despedirme me ha que le he transmitido mucha energía positiva. Me he sentido halagado por las palabras de mi amigo, ya que mi principal aspiración es llegar una fuente del agua de la vida que vitalice a los que me rodean.