JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
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Ceuta, 30 de abril de 2024.

Para mí resulta una experiencia diferente pasear por la tarde. Aprovechando que mañana es festivo, y ante las previsiones meteorológicas que anuncian lluvia, he decidido pasar la tarde en la naturaleza.

          

Hoy es un día de poniente y las vistas que deja son impresionantes. Para observar con más detalle la silueta de Ceuta y los paisajes del Estrecho he visitado primero el mirador de Isabel II y después he subido hasta el monte del Renegado o de la Tortuga para sentarme a escribir en el bordillo exterior de una garita. Desde aquí disfruto de una panorámica completa de la península ceutí, de la bahía de Restinga y de las costas europea de la península ibérica.

            No soy el único que disfruta de este privilegiado balcón. Un nutrido grupo de vencejos sobrevuelan este lugar. Me encanta escuchar sus agudos chirridos mientras dibujan círculos en el cielo.

            El mar es de un azul intenso y Ceuta parece flotar encima de este zafiro.

            Las nubes, blancas con la nieve, avanzan sobre Ceuta ocultando a intervalos al sol. Cuando deja de mirar mis otros sentidos toman el relevo y entonces percibo el fuerte olor de las rudas que rodean la garita. También escucho a los grillos que ensayan su melodia nocturna y el roce de las finas ramas de los escobones movidos por el viento. Igualmente aprecio el zumbido de las abejas y de otros insectos polinizadores. Algunos de ellos van besando todas las flores expresando su enamoramiento de la naturaleza. Me siento identificado con este insecto enamorado de la obra divina. Como dijo en una entrevista el analista junguiano James Hillman, la única manera de salvar a la naturaleza es a través del amor.

            Me ha llamado la atención la belleza de la flor del majuelo. Se asemeja a la flor del almendro  en miniatura. Siento igualmente una gran atracción por las rosáceas flores del jarguazo y por el olor del martuezo o lavanda. La flores está diseñadas para enamorar a las abejas, pero también para hacerlo con los seres humanos. Como escribió Lewis Mumford, somos hijos de las flores.

            Los olivillos son muy curiosos con su flor en forma de lanza. El repertorio de formas, colores y fragancias de las flores es muy amplia.

            Bajo por el empinado camino que conduce a la valla que rodea al polvorín del Renegado. La subida ha sido dura, pero este paseo vespertino ha merecido la pena.

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