Ceuta, 12 de junio de 2021.
Me he despertado con el tiempo justo para vestirme, preparar mis cosas y coger el camino en dirección al Sarchal. En el tramo final no he tenido más remedio que acelerar el paso si quería llegar a la hora del amanecer. Por las fechas que estamos, cercanas al solsticio de verano, el sol sale más al norte, lo que no me ha permitido observar el alba. No obstante, he decidido quedarme en el elevado promontorio rocoso situado junto a las minas del Cardenillo. Este lugar me atrae como si fuera un imán y yo simples virutas de hierro. A mi vista tengo el santuario de Sidi Bel Abbas y un curvo horizonte marino que me recuerda la esferidad de la tierra.
Hoy Ceuta ha amanecido cubierta por una fina neblina que difumina su silueta. El viento sopla de levante trayéndonos una perceptible humedad que se pega al cuerpo. He hecho bien en echar a la mochila una sudadera que me he puesto para protegerme del levante.
Al fijarme en el horizonte veo que una gran franja nubosa, que nace en el sur, va cogiendo consistencia en su trayectoria antes de ser desviada por el aliento de Euro para llevarla hasta Ceuta. Aquí le hace frente el inexpugnable Monte Hacho que obliga a las nubes a tomar altura si desea seguir su senda.
Por el sur llegan refuerzos para la conquista del cielo ceutí. A este tipo de invasiones estamos acostumbrados en Ceuta, sobre todo en los veranos en los que predomina el levante. Mucho menos habituados estamos, por fortuna, a las invasiones humanas como la de los pasados días 17 y 18 de mayo. Esta entrada masiva de inmigrantes a Ceuta ha causado una profunda herida en el corazón de los ceutíes que tardará tiempo en cicatrizarse. Sin duda éste era el objetivo de Marruecos: hacernos daño. Lo que no esperaban era la contundencia con la que nos han defendido nuestro país y nuestros aliados europeos. Ojalá los tristes acontecimientos del pasado mes de mayo constituyan un hito que marque un antes y un después en la consideración de Ceuta y Melilla por los europeos y por nuestros propios compatriotas.
Ceuta merece la pena ser visitada para conocer de primera mano sus amaneceres, sus paisajes, sus mitos y leyendas, su naturaleza y su patrimonio cultural y humano. Este es un lugar idóneo para alimentar y nutrir el alma bebiendo el agua de la vida que brota de sus entrañas. El mismo mar que ahora escucho con atención goza de la milagrosa capacidad de devolver a la vida al sol moribundo que cada tarde se hunde en sus aguas. Entre los momentos mágicos y de extraordinaria belleza del alba y el ocaso podemos disfrutar de su cegadora luz, de sus senderos, playas y acantilados, de sus arroyos pletóricos de vida, de sus bosques de alcornoques y pinos y de sus fondos marinos, de sus playas y coquetas calas, de sus yacimientos arqueológicos, sus fortificaciones y amplia diversidad de templos propios de una ciudad multicultural.
Lo mejor de Ceuta son, sin duda, sus gentes. La idiosincrasia ceutí se distingue por la bonhomía de sus hombres y mujeres, su simpatía y hospitalidad. Nos gusta recibir visitas y somos agradecidos con aquellos que se interesan por nuestra ciudad. Aquí el tiempo se ensancha para compensar la estrechez de su geografía dejando espacio para que se abra una puerta a la eternidad. Una hora contemplando los paisajes de Ceuta puede parecer un minuto y los pocos minutos que separan andando la plaza de los Reyes de la de África es fácil que se conviertan en una hora de alegre conversación con los paisanos. Salir a la calle sin ningún propósito -más allá de estirar las piernas y despejarse- es una costumbre fuertemente arraigada entre los ceutíes. Y, ya que está uno en la calle no hay nada mejor que tomarse una cerveza o un vino, y su correspondiente tapa, con algún familiar o amigo.
Después de una buena comida en una mesa bien servida con los frutos del mar de Ceuta, y tras una buena charla de sobremesa, es hora de darse un baño en la playa para luego irse a Benzú a cenar un bocadillo de pinchitos con un oloroso vaso de té con hierbabuena. Desde aquí contemplamos el atardecer presidido por la majestuosa figura del Atlante dormido. Acto seguido llega la noche para poner sobre el pecho del Atlante el brillante diamante de Venus.
En los días de luna llena es posible presenciar el imposible encuentro entre el sol y la luna en el que se dan el relevo para iluminar este lugar mágico y sagrado. Estas noches son idóneas, sobre todo en verano, para pasear por el Monte Hacho y asomarse, a cada instante, al mar transformado en una lámina de playa sobrepujada con el reflejo de las estrellas. La misteriosa luz de la luna crea la atmósfera ideal para compartir mitos y leyendas de Ceuta entre amigos recorriendo antiguos caminos históricos. Ceuta es un sitio fértil para el nacimiento de relatos mitológicos que tienen en común su vinculación con la renovación de la vida. Héroes legendarios como Odiseo, Moisés, Heracles o Alejandro Magno dicen que vinieron hasta aquí buscando el agua, la planta o los frutos capaces de otorgar la inmortalidad. De alguna forma todos lo lograron, pues el recuerdo de sus hazañas permanece aún vivo. De nosotros depende que no muera. La muerte de los héroes mitológicos, de los dioses y diosas supondría la extinción del Alma del Mundo y, por tanto, de nuestra misma alma. Un mundo sin alma sería un erial estéril, desalmado y cruel en el que el mal se apoderaría de todo e impondría su oscuro dominio sobre la tierra. Sin alma todo se cosifica y puede ser impunemente destruido sin el menor cargo de conciencia, como está sucediendo en la actualidad con la naturaleza.
En otros tiempos, y aún en la actualidad en determinados sitios, la gente acudía a los santuarios, como el que tengo delante, para beneficiarse del poder curativo de la energía que desprenden estos lugares sagrados. Animado por esta fuerza uno se siente más vital y se carga de una energía vital capaz de sanar cuerpo y alma, además de elevarte a otros planos de la realidad. Yo siento esta fuerza en la roca sobre la que me apoyo y en toda la naturaleza que me rodea. Es una sensación ciertamente extraña en la que, al mismo tiempo que me siento un ente minúsculo e insignificante en el cosmos, consigo ensanchar mi alma para abarcarlo todo.
Tras un buen rato de escritura lo que me ha pedido el cuerpo es cerrar los ojos y la mente. En este estado he sentido la caricia del viento y el reconfortante calor del sol mientras escucho el sonido del mar. Es un sonido que arrastra una voz procedente del pasado o, quien sabe, si de la propia naturaleza. El mensaje que me ha transmitido esta voz es que tenga siempre presente a quien albergo en mi templo interior. Ella es la que alumbra mis sentidos sutiles para siga percibiendo lo que, para la mayoría, pasa desapercibido.