Ceuta, 13 de noviembre de 2024.
Es curioso cómo cambian los planes. Ahora tendría que estar empezando un curso sobre las pizarras digitales o embarcado en el Bora Bora para observar el paso de las últimas pardelas cenicienta, pero estoy en el mirador de San Matoso siendo testigo de la llegada de la lluvia a Ceuta. Desde esta posición se distinguen a la perfección dos frentes lluviosos: uno situado en Cabo Negro; y el otro, en dirección a la cala del Desnarigado. En ambos se aprecia un claro que los separa.
El cielo está completamente encapotado y ofrece una amplia gama de grises que se proyectan sobre un mar en calma. El color que adopta la superficie marina es de un oscuro gris azulado.
El frente que se dirige hacia la costa tetuaní es más oscuro y azulado y da la impresión de que pierde intensidad según descarga el agua que contiene. Por su parte, el que se ha tomado el camino hacia Ceuta es blanquecino por efecto de la cortina de lluvia.
En general, asociamos los días lluviosos con la tristeza y decimos que es un “mal día”, pero yo reconozco cierta belleza en el panorama que tengo ante mis ojos.
Desde el mirador de Punta Almina se aprecia con nitidez la curva que tomando como centro el Monte Hacho une Europa y África.
Distinta es la imagen que contemplo en el mirador de San Antonio. Aquí las nubes se han extendido en líneas horizontales que en el Estrecho permiten ver el cielo celeste. Las rasantes luces del día encienden las fachadas de las torres de Gibraltar y las chimeneas de las industrias afincadas en la bahía de Algeciras.
Al mirar hacia oriente se nota que la borrasca está asentada sobre Málaga y la costa de Granada, donde las lluvias están siendo muy fuertes.
Resulta inquietante sentir a mi alrededor unas densas y oscuras nubes, al mismo tiempo que observo, si miro al oeste, un paisaje despejado desde Estepona a Hafa Queddana.
Una amenazante nube se acaba de situar sobre el Monte Hacho, cuyos largos brazos se extienden hasta el Yebel Musa para tapar el resquicio por la que podrían colarse los rayos del sol.
Las olas parecen proceder del norte, como si una extraña fuerza empujara al mar contra Ceuta.
Es evidente que la lluvia está cayendo con intensidad sobre Cabo Negro y pronto llegará a Ceuta.
Las nubes se han aliado con la noche para descorrer un manto de oscuridad sobre Ceuta, si bien la luz ha encontrado un refugio momentáneo en Occidente. Esta luz se derrama sobre las plácidas aguas del Estrecho coloreándolas de celeste.
Es en este momento, al ocultarse el sol de manera definitiva, cuando las nubes avanzan a mayor velocidad sobre la ciudad.
La referida franja celeste es de una belleza conmovedora y lo es más cuando por efecto del ocaso se va tornando rosácea.
Mucho más oscuro es el azul del cielo decadente en oriente. Las nubes, lentamente, adquieren una tonalidad violácea que se refleja en el mar, lo que trae a mi memoria la descripción que de estas aguas hizo Homero en la “Odisea”.
El frente de lluvia ha tomado el despejado camino del Estrecho. Su llegada es precedida por un viento fresco que hasta este instante no había hecho acto de presencia.
Al terminar de pasar al ordenador las notas de mi cuaderno escucho el repiqueteo del agua en alféizar de la ventana del estudio. Es una lluvia moderada, vertical y con viso de acompañarnos un buen rato. Da la impresión de que no tiene prisa en irse.