Ceuta, 7 de septiembre de 2024.
Son las 7:50 h y estoy en las escaleras que llevan al fuerte y a la Sirena de Punta Almina. El día ha amanecido nublado, pero se aprecia con nitidez el perfil de la orilla europea del Estrecho de Gibraltar.
En un mar en calma los barcos de pesca se dirigen a la bahía sur para faenar. Les recibe un cielo celeste separado de la superficie marina por una franja violácea. Este color tiñe el mar a primera hora de esta mañana. Finalmente, las nubes no han permitido contemplar el amanecer, aunque su luz se hace notar.
El cielo plomizo y el frescor son indicios del fin del verano y del comienzo del otoño. Hoy mismo se esperan lluvias y tormentas. Se nota que las nubes están preñadas de agua por su tonalidad azulada.
Este verano he aprovechado el tiempo libre para pasar a limpio mis relatos de los últimos cuatro años. La mayoría permanecían inéditos y los he ido publicando en mi página web. Al hacerlo he tomado conciencia de mi estilo y al mismo tiempo de mi pensamiento. Coincido con Henry David Thoreau en la idea de que “solo el estilo de pensamiento y no el estilo de la expresión lo que marca la diferencia en los libros, pues si descubro un pensamiento digno de ser extraído no deseo alterar el lenguaje. Parece entonces que al autor se le hayan dado todas las gracias de la elocuencia y la poesía”.
Al releer mis escritos he pensado que mi pensamiento puede resultar repetitivo, lo que atendiendo a la expuesto por Henry D. Thoreau no es otra cosa que la permanencia de mi manera de percibir, sentir y pensar. Lo cierto es que no escribo para los demás, sino que lo hago de lo que me gusta y me hace disfrutar. El simple hecho de escribir me satisface y me aporta mucha felicidad. Mi querido Walt Whitman, tras pasar todo un día contemplando el cielo, se preguntaba: “¿Qué es la felicidad, a fin de cuentas? ¿Es una de esas extrañas horas felices o algo semejante, algo impalpable, un simple hálito, un matiz que se desvanece? No estoy seguro; dejadme, pues, el beneficio de la duda”.
Cuando cierro los ojos acuden a mi mente el recuerdo de muchas horas felices en la naturaleza de Ceuta, alguna de ellas acompañado con mi padre. Vuelvo a ellas releyendo mis libros y cuadernos y entonces pienso: “sí, he vivido una vida digna de ser vivida” y encuentro consuelo a los malos momentos que todos pasamos durante nuestra existencia. ¿Qué importa que me lean muchos o pocos? Al igual que Thoreau, hago de mi gusto y juicio mi propio público.
Después de desayunar me he acercado al arroyo de San José. El calor del verano ha secado la vegetación y llenado de polvo las hojas de los árboles y plantas que crecen a ambos lados de la pista de La Lastra. Esta sequedad de la naturaleza precede a la renovación otoñal y a las lluvias que harán posible una nueva primavera. Es el agua la que hace posible la renovación de la vida. Justo cuando la nombro empiezan a caer las primeras gotas de lluvia. Ha sido una sincronía muy significativa y especial. El sonido de las gotas es más audible, ya que cae sobre hojas secas y en un ambiente de silencio, como si la naturaleza estuviera dormida y le diera pereza despertarse.
Una ligera brisa remueve el aire distribuyendo la dulce fragancia de las hiedras y los jazmines silvestres.
Pasados unos minutos se dejan ver los petirrojos, los carboneros y los mirlos. Es evidente que se escondieron al detectar mi presencia en este paraje.
Soy testigo privilegiado del inicio de la lluvia y de la alegría con la que la recibe la naturaleza y sus criaturas. Un carbonero entona un alegre canto anunciando la llegada del agua de la vida. Vuela de rama en rama mostrando su felicidad.
La lluvia no es muy intensa, aunque durante unos segundos me obliga a buscar refugio en una de las pequeñas capillas. Cuando salgo me recibe un fuerte olor a tierra mojada y un lejano rumor en el cielo que presagia una cercana tormenta.