Ceuta, 27 de enero de 2024.
Es la primera vez que salgo a pasear por la naturaleza en este año 2024. Un año que empezó con mi padre ingresado en el hospital por una neumonía provocada por la COVID-19. Gracias a Dios se ha recuperado, pero se ha pasado casi un mes en el hospital. Esta situación nos ha obligado a hacer turnos entre mis hermanos para cuidar a mi padre, algo que hecho de buen gusto. No obstante, me ha dejado poco tiempo atender mis obligaciones y para mis salidas al campo. Hoy sí que he podido salir y aquí estoy contemplando el amanecer en este día dominado por las nubes y la humedad que nos trae el viento de levante.
El cielo parece estático, si no prestas atención a las nubes, pero cuando lo haces, aprecias su aspecto cambiante y percibes la velocidad que a las nubes les imprime el viento dominante.
La humedad cala la ropa y la sientes en los huesos, por lo que se agradece el calor que aportan los primeros rayos solares. También lo agradecen las criaturas del bosque, en especial las aves que entonan sus alegres cantos que me animan. Igualmente disfruto de las fragancias que desprenden los jóvenes pinos que jalonan, a ambos lados, la pista de la Lastra. En ella me encuentro con un vehículo de la Guardia Civil que observa el cuerpo de un jabalí muerto.
Las últimas lluvias le han venido muy bien a la naturaleza. Ha renovado su verdor y adelantado la floración de algunas plantas, como los erguenes.
Noto que la primavera no anda tan lejos. Los llamados bastones de San José empiezan a mostrar sus flores, así como los lirios que se extienden por el entorno de la capilla de los arcángeles en el santuario de San José. Siento que la vida se concentra en este lugar y se hace más intensa según me adentro en el santuario.
Las ramas de romero muestran sus atractivas flores violáceas en la entrada de la referida capilla, en cuyo interior encontramos colgados siete pirograbados dedicados a a cada uno de los siete arcángeles, comenzando por el considerado más poderoso: el arcángel Miguel. A él se dirige una oración para que, entre otras cosas, nos defienda “del poder infernal del dragón y de todas sus acechanzas”. Al leer estas palabras he recordado que esta noche he soñado que me perseguía una serpiente. No podía quitarmela de encima. Al verla más de cerca, lo que parecía una serpiente resulta ser una procesionaria. Es curioso cómo una palabra puede devolverte el recuerdo de una imagen onírica.
Los acantos se extienden por el arroyo con sus grandes hojas impregnadas con las gotas del rocío. Aquí al sol le cuesta llegar y, por su suerte para mí, tampoco lo encuentran muchas personas. Estre lugar se ha convertido en mi particular templo al que acuda para meditar y escribir. De vez en cuando me traígo un libro. En esta ocasión, ha venido conmigo el libro “Los estudios de Jung en astrología. Profecía, magia y la naturaleza del tiempo” de Liz Greene. Ayer dediqué toda la tarde a leerlo.