Ceuta, domingo de Pentecostés, 28 de mayo de 2023.
Espero con expectación el amanecer en este santo domingo de Pentecostés. Son las 7:00 h y me encuentro a comienzos de la conocida “pista de la Lastra”, cuyo punto de partida arranca junto al campo de tiro del mismo nombre. La temperatura es algo baja para la fecha en la que estamos. El relativo frío lo trae el viento de poniente que sopla con cierta fuerza esta mañana. El ulular del viento se mezcla con el canto de las aves que se preparan, como yo, para la llegada del sol. Su cercanía es apreciable por la tonalidad rojiza que van tomando las nubes apoyadas sobre el curvilíneo horizonte. Mientras espero el momento de la salida del sol, me entretengo contemplando la imagen de Ceuta. Hoy luce toda su belleza y hospitalidad ofreciendo su atractiva y acogedora bahía a todos los barcos que surcan la “confluencia de los dos mares”. La mayoría pasan de largo, pues su llamada es escuchada por pocos.
Empieza a adivinarse por donde va a emerger el sol desde las abismales aguas de Ceuta. Las nubes lo ocultan durante unos minutos. Con su presencia la naturaleza recupera su adormecida vitalidad. Nubes de vencejos se arremolinan en el cielo y las aves incrementan el brío de sus melodiosos cantos primaverales.
Siento un calor interior y un entusiasmo acompasado con el alcance de los rayos solares a Ceuta. La dorada luz del sol penetra por la puerta de mi templo interior iluminando el “santa sanctorum” en el que se muestra el Grial. Bajo el altar, brota con especial fuerza el agua de la vida, como en el árbol de la vida.
Decido sentarme para agotar hasta la última gota la inspiración divina que colma mi corazón y se distribuye por todo mi cuerpo. No sé de dónde proviene este calor que siento en mi interior, un calor que se confunde con el que recibo de los primeros rayos solares.
Unas ráfagas de viento traen hasta mí una indescriptible fragancia emanada de la tierra sobre la que me siento y de la que, como Anteo, obtengo mi energía vital. Al nombrar la fuerza telúrica de Ceuta un gozoso cosquilleo recorre mi cuerpo haciéndome sentir una inmensa sensación de placer. Intento descifrar las palabras que se ocultan en el soplo de viento. Al cerrar los ojos escucho unos truenos, pero resulta muy extraño, ya que el cielo está completamente despejado. Acto seguido vuelve la calma y un silencio roto por los mirlos.
Ahora el sonido que me llega es el del mar que baña el litoral de Ceuta. Observo que las gaviotas se dirigen hacia occidente, como si algo estuviera sucediendo, así que me levanto y las sigo. Al avanzar por el camino veo que un nutrido destacamento de nubes avanza hacia Ceuta, pero se disuelven ante su majestuosa presencia. Yo permanezco atrapado por una electrizante energía que me hace experimentar un gran placer corporal, como si bajo mi piel se ocultara un cuerpo de energía que rejuvenece mi figura. La alegría que siento dibuja en mi rostro una sonrisa de satisfacción que ofrezco a la naturaleza que recorro con el cuaderno abierto y el bolígrafo en movimiento. Quiero dejar constancia escrita de este momento.
Al acercarme al santuario de San José recuerdo que siempre llevo en mi libreta una imagen de Fray Leopoldo a cuya capilla me dirijo. Antes de llegar un intenso aroma hace que me pare para inhalarlo hasta los alveolos más profundos de mis pulmones. Es una mezcla entre la fragancia mentolada de los eucaliptos y el dulzor de las zarzamoras que hacen impenetrable el cauce del arroyo. Resulta un refugio ideal para las criaturas mágicas del bosque.
Alguien, como buen gusto, ha ofrecido al beato Fray Leopoldo ramilletes de flores de acanto. Estoy seguro que le habrán gustado. A la virgen del Carmen también le ha han dejado unas bellas flores blancas y lilas, así como una medalla de algún hermano o hermana de la cofradía de la Virgen del Carmen.
El suelo está humedecido después de las lluvias de estos días. La matriz arcillosa del suelo hace que se conserven las huellas de los jabalíes y las pisadas de los humanos. Percibo que la primavera se prepara para darle el relevo al verano, tal y como evidencian las hojas de parra que se asoman al camino e incluso toman la capilla de los arcángeles. Ya se escuchan a los grillos y el croar de las ranas.
Según me acerco a la hornacina de la Virgen del Rosario, me llega un olor penetrante a flores que me estremece. Una persona ha dejado una figura de Fray Martín de Porres dando de comer a animales domésticos: un perro, un gato y un ratón.
Para los santos todas las criaturas de la naturaleza merecen misericordia y compasión. Este es el mensaje principal de mitos como el del Grial. El rey pescador estaba herido y, como consecuencia, la tierra se había convertido en un erial. El inocente Parsifal quedó absortó tras la inesperada contemplación del Grial, pero su respeto a las convenciones sociales le impidió mostrar compasión por el mal que afligía al rey pescador y no le preguntó que le sucedía. De esta forma, las aguas de la vida siguieron detenidas y la tierra no recuperó su vitalidad perdida. Es entonces cuando se propone emprender la búsqueda del Grial siguiendo los dictados de su corazón y las indicaciones de la diosa que se le presenta bajo distintas apariencias. Tras un largo peregrinaje llega hasta una capilla en mitad del bosque habitaba por un viejo ermitaño que le hace ver cuál fue su error y en ese momento recupera la visión que le faltaba, es decir, se le abren los ojos de su corazón para contemplar frente a él la imponente imagen del castillo del Grial. Este castillo es el templo exterior, la naturaleza que antes sólo veía con los ojos de un profano, pero que a partir de ese instante contemplará con la mirada de un visionario, de un místico de la naturaleza.
En este momento llega la luz al corazón del santuario iluminando mi mente y subiendo los escalones que conducen a la Virgen. Yo sigo con mi narración….El ingenuo Parsifal se desprende del miedo al rechazo social y al qué dirán rompiendo las barreras mentales que le mantenían en cautiverio. A partir de este momento expresará lo que su corazón le dicte desde el centro de su ser, desde su templo interior. En este espacio sagrado todo está preparado para el matrimonio sagrado entre Sophia y el viejo sabio del que nacerá un ser rejuvenecido, el Puer Aeternus o Filius Sapientae. Este es el portador del Grial que ha aprendido a sentir compasión por todos los seres que le rodean. Por fin ha alcanzado su objetivo de contemplar el Grial y pasa a ser uno de los guardianes del templo que ayudará a Sophia a reconstruir de nuevo el templo exterior, que es la naturaleza. Lo hará derramando a su paso el agua de la vida que ofrece vitalidad y sabiduría a todos lo que quieren beber de su copa.
Hoy, día de Pentecostés, fue también la ocasión en la que se le presentó el Grial a los caballeros de la mesa redonda distribuyendo entre ellos la gracia divina y el afán de contemplar, una vez más y sin cubrir, el Grial. Sólo lo logrará aquel de corazón puro que deja al margen los deseos del ego y el miedo para centrarse en los dictados de la voz divina que en este instante se hace audible en el murmullo del viento entre los árboles.
Cuando el sol penetra en la hornacina de la Virgen le ofrezco unas flores de acanto y le muestreo mi respeto y agradecimiento por todo lo que me ha permitido ver, escuchar y sentir en esta mañana. Al despedirme me regala una fragancia imposible de describir con palabras.
La visita al corazón del santuario es semejante al encuentro con el centro de mi ser, a mi templo interior. Según lo abandono regreso al mundo de afuera, el de los paisajes abiertos y conmovedores del Estrecho de Ceuta.
Al asomarme a la “confluencia de los dos mares”, un ángel femenino, o puede que la propia Diosa, sobrevuela la ciudad sagrada de Ceuta en este día de Pentecostés.
Al terminar mi ruta, una paloma, símbolo del Espíritu Santo, se posa en el árbol por el que paso en mi camino de regreso a casa.