JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
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Ceuta, sábado, 18 de mayo de 2024.

Según nos acercamos al solsticio de verano amanece más temprano y hay que madrugar mucho más para contemplar el alba. Siempre merece la pena acompañar al sol en su salida, aunque en días como el de hoy la recompensa es mayor. La composición del cuadro es propia de la diosa. Las nubes marcan con tiralíneas el punto de fuga por el que emerge el “Sol Invictus” en toda su magnificencia. Lo hace pintando de rojo las nubes y el horizonte. En su salida el sol permite que lo mire directamente y así puede ver el encendido de luz dorada que se derrama sobre la superficie del mar. Los últimos días que he venido a contemplar el amanecer las nubes ocultaban al sol. Aguardo a que los rayos del sol me alcancen para disfrutar de su ternura.

            Una alegre curruca le dedica una canción al sol para darle la bienvenida.

            El camino al santuario está polvoriento. Hace varias semanas que no llueve.

            Caminos convergentes de difuminadas nubes se abren hacia Oriente, mientras que yo avanzo, haciendo frente al fresco viento de poniente, hacia mi destino. Compruebo que todo está preparado para la venida del Espíritu Santo. Me paro para inhalar una atrayente fragancia afrutada que procede del santuario. Experimento una sensación increíble cuando me asomo a lo más profundo de San José poblado de enormes eucaliptos.

            En el espacio dedicado a Fray Leopoldo me encuentro sobre la mesa un panel roto que recompongo, como si fuera la piezas de un puzle, en la que se lee: “buscad la paz y la bella armonía en todo lo que os envuelve y sentiréis que la vida os emana hacia el cielo”. Precisamente es esto lo que busco y encuentro en este lugar: la bondad de la naturaleza, la verdad íntima y bella que envuelve este sitio. Aquí se siente con fuerza la energia vital que eleva mi ánimo y me acerca a la eternidad.

            El chasquido de las hojas que piso despierta a los mirlos y a otras aves que habitan este lugar pletórico de vida y belleza.

            El cauce del arroyo esta lleno de acantos que empiezan a abrirse para mostrar sus flores. El olor a nectar lo inunda todo y el viento se encarga de esparcirlo por todo el valle sagrado de San José. El olor es indescriptible. Hay que venir hasta aquí para disfrutarlo.

Aquí encuentro la paz necesaria para desnudarme y dejar libre mi alma en su naturaleza luminosa. En los primeros años de mi escritura me sentía un extraño en la naturaleza, pero este sentimiento dio paso, poco a poco,  a una armonización con el entorno. Reconozco mi papel de escriba de la naturaleza y del cosmos, así como el de creador de un relato en el que la protagonista es la creación divina y mis palabras un medio para hacer llegar a mis congéneres la dimensión trascendente de la vida.

Mi conciencia se amplia y se enriquece alimentada por todas las sensaciones que percibo a través de mis sentidos despiertos y complacientes. Sigo con la mirada el vuelo de las mariposas y su cortejo nupcial. Su elegancia natural me encandila, así como la belleza de sus coloridas alas.

Los rayos solares entran en la corazón del santuario e iluminan la hornacina de la Virgen del Rosarío. Quiero estar a su lado cuando la luz encienda su rostro. Ella quiere que la acompañe. Noto la calidez del sol en mi cabeza y cómo la luz ocupa este espacio. Esta luz ilumina el corazón rojo del niño Jesús y el cobrizo del Crucificado que se apoya sobre el pecho de la Virgen.

Todo el camino de regreso lo he hecho cogiendo flores para mi padre y teniéndolo muy presente. Sé que él disfrutaría mucho estando conmigo y haciendo fotos a las flores. De hecho ha estado acompañándome, pues no he dejado de pensar en mi padre. Pienso que el aprecio de la belleza de Ceuta y de la naturaleza ha sido su mejor regalo para sus hijos.

El espíritu santo garrabatea en el cielo preparando la obra maestra que ofrecerá mañana, domingo de Pentecostés.

El viento de poniente sopla con fuerza al atardecer. Es un aire fresco que zarandea mi cuerpo y dificulta que pueda escribir en este cuaderno. El azul del mar es el de un tonalidad increiblemente intensa y bella, así como lo es el verde de la vegetación que cubre la ladera del Hacho.

Las páginas del cuaderno empiezan a dorarse por efecto del sol yacente. Al sumergirse el sol en el mar pinta las nubes de rosa, rojo y naranja que se proyectan sobre Ceuta creando una imagen mágica de belleza sobrecogedora. Hasta el mismo Dios se asoma entre las nubes para presenciar la belleza de este momento.

Pienso que estoy contemplando unos de los atardeceres más bellos de mi vida y me siento feliz por ello.

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