Ceuta, 24 de febrero de 2024.
Al final he decidido venir al Monte Hacho para contemplar el amanecer. Es el mejor lugar para hacerlo, pues es el punto que está más cercano al sol en su salida. Hoy, además, la disposición de las nubes prometen un amanecer espectacular. Observo con expectación la tonalidad rosácea que van adquiriendo las nubes más livianas y el color rojizo próximo al punto de curvilíneo horizonte por el que tiene previsto su regreso el astro rey. Esta tonalidad rubedo se transforma en dorada completando el proceso alquímico de la “Aurora Consurgens”, en especial en un día en el que han coincido el sol y la luna.
El sol comienza su etapa de “multiplicatio” derramando sobre el mar su luz dorada y cálida que en este momento toca tierra. Yo espero con paciencia a que coja altura y alcance mi cuerpo zarandeado por el fresco viento de poniente. Voy a tener que esperar un poco, ya que el sol se ha ocultado tras una franja horizontal de nubes.
Hoy he observado algo nuevo. Los pinos situados a ambos lados de la pista de la Lastra están floreciendo y he fotografiado una llamativa flor morada.
Desde la entrada al santuario de San José apreció que la primavera está cercana. Las vincas empiezan a asomarse entre un manto verde y crecen erguidos los bastones de San José rodeados de grandes calas.
Entro en el santuario al mismo tiempo que los rayos del sol, lo que me permite ser testigo del despertar de los colores en este mágico y sagrado lugar.
La lluvia de anoche ha intensificado la tonalidad marronácea de la tierra. Según avanzo por el camino percibo la vitalidad y la paz que desprende este sitio apartado de la vista de todos.
Los hermosos lirios ocultan la capilla de los arcángeles y casi cierran el camino cruzando sus ramas a un lado y otro de la senda.
Las hojas de los acantos han alcanzado un tamaño considerable. Cojo un par de flores de acanto y unos lirios para ofrecerselos a la Virgen del Rosario. En este momento empieza a llover débilmente y me refugio en una de las pequeñas capillas del santuario. No parece que la lluvia vaya a acompañarnos mucho tiempo. Cuando la lluvia amaina hace su aparición el viento que trae una chubasco más intenso. Escucho el repiqueteo de las gotas que caen sobre las hojas. Resulta extraño estar aquí solo, refugiado en un espacio sagrado rodeado de estampas de Jesucristo, San José y la Virgen de África, entre otras imágenes, mientras escucho el canto de las aves. También encuentro la fotografía de un señor mayor y la de un niño disfrazado de Papa Noél. En este lugar han pedido por determinadas personas y, quien sabe, si se ha producido un milagro. Cojo entre mis manos una pequeña figura y siento que ha sido ella la que me ha traído hasta aquí.
Salgo de mi refugio y me siento en banco situado en el corazón del santuario. Noto una luz especial y una fragancia dulce que envuelve este espacio. De manera infructuosa me giro para averiguar el origen de la fragancia, pero no localizo su fuente. Parece que emana de este lugar sagrado.
Presto atención a las nubes que discurren a toda prisa por el cielo, arrastradas por el viento. Espero una señal y, por un instante, me parece reconocer el rostro de la Virgen. Justo después veo a Jesucristo en el cielo. Porta sobre su pecho el globo del mundo. Me he hincado de rodillas en el suelo agradeciendo al señor que se me haya mostrado.
Hoy he echado a la mochila el libro de Marie Louise Von Franz “Imaginación activa alquímica”. Lo he sacado y abierto al azar y lo que he leído tiene mucho que ver con este lugar y lo que aquí está ocurriendo. En la conversación entre Corpus y Spiritus están junto a un río por el que discurre el agua de la vida. Spiritus le dice a Corpues que “la primera atracción de Dios es la veneración a este río; luego viene el deseo de probar su agua y después de ver la fuente de su amor. Quien la prueba es atraído, como el río a un imán, hacia donde puede ver la diferenciación entre todas las cosas”.
Spiritus, más adelante, se refiere a las personas que solo tienen “ojos carnales” que no pueden ver lo que trasciende el mundo. Sólo ven superficialmente lo que se manifiesta y piensan que no hay nada en la naturaleza más que lo que perciben los sentidos. Esas personas no pueden venir aquí si no han sentido y recibido la atracción de Dios a través de la contemplación milagrosa de la montaña y el río y a través de un don especial de Dios.
Cuando escribía estas líneas ha llegado Pedro con un amigo y hemos hablado precisamente de la paz que se siente en este lugar. Pedro ha comentado entonces que hay personas que este lugar les repele y sienten escalofríos, como el que sintió una amiga que le acompañó a este sitio en una ocasión. Esto confirma lo dijo por Spiritus, que determinada personas no pueden venir aquí porque no han recibido la atracción de Dios y, por tanto, les repele este lugar.
Corpus quiere saber, “¿Por qué son tan difíciles los accesos a estos lugares tan hermosos, con sus entradas ásperas y estrechas, así como al curso recto y muerto de este río?”. La respuesta es que “el camino de la cruz requiere el máximo trabajo y esfuerzo, porque sólo se valora lo que ha sido difícil de conseguir”.