Ceuta, domingo, 28 de abril de 2024.
Llevo casi dos meses sin venir hasta aquí para contemplar el amanecer. Esta siendo un tiempo difícil con la enfermedad de mi padre y mis compromisos profesionales y científicos. Ayer me quedé con las ganas de hacer lo que estoy haciendo ahora, pero no tenía fuerza para levantarme de la cama. Hoy, sin embargo, me comprometí conmigo mismo a levantarme y a no desaprovechar la ocasión de presenciar la salida del sol.
La disposición y forma de las nubes prometen un amanecer espectacular, pero nunca se sabe con certeza cuál será el resultado final. Yo aguardo expectante escribiendo estas líneas con la máquina fotográfica colgando de mi cuello.
El faro de Ceuta aún permanece escendido esperando a que la luz del sol haga presencia y así no sea necesario su destello luminoso.
En este preciso instante las nubes empiezan a iluminarse y pintarse con tonalidades rosáceas. Las nubes cubren esta mañana el horizonte y demoran la visión de sol hasta que no encuentra un claro entre las nubes. Cuando asoma lo hace sobre un hermoso fondo celeste y un extraordinario cuadro de nubes.
Una enorme nube negra avanza a velocidad de crucero en el cielo a media altura. Parece un barco fantasma de guerra romana con su espolón de proa. Su paso coincide con la aparición del sol que inunda con su luz todo el paisaje. Visto a la luz del sol, ya no me parece un barco, sino un extraño animal marino que surca las aguas del firmamento.
El sol explosiona delante mía encendiendo los colores de la naturaleza y dispersando un calor que logra desprender las contenidas fragancias compuesta por las flores y el agua del rocío nocturno.
Cuando miro el reloj me sorprende que apenas hayan pasado veinte minutos desde que empecé a escribir, es como si el tiempo se hubiera ensanchado para contener todas las sensaciones y emociones que he atesorado en este rato. Reflexionando sobre esta percepción me cruzo con un caracol que avanza muy lentamente y, acto seguido, me tengo que apartar a un lado para evitar que me atropellara un ciclista. Esta sincronía pone de manifiesto dos maneras distintas de estar en la naturaleza. Yo me identifico con el caracol con su paso lento y su ausencia de prisa. Sin embargo, como humano que soy siento una gran curiosidad por todo lo que me rodea y me mueve el deseo de retener este momento transcribiéndolo en palabras.
En mi recorrido por el Camino de Ronda observo un cartel a lo lejos que indica la presencia de la colonia de gaviotas de adouín. En los últimos años han estado reproduciéndose en el Sarchal, pero las molestias causada por los humanos les ha llevado a trasladar su residencia estacional a la inmediaciones del salto del tambor.
Las gaviotas de adouín son muy escandalosas. Se los reconoce fácilmente por sus picos rojos. Se trata de una especie amenazada, por lo que las autoridades ambientales tienen la obligación de tomar medidas para proteger sus colonias.
En el tiempo en el que las observo, el grupo de gaviotas de adouín se altera.
Al bajar hacia la cala del Desnarigado me llega el aroma a tierra mojada. Ayer cayó un buen chapetón por la tarde y en esta curva se ha acumulado el rocío de la noche, aún apreciable en las hojas de las zarzas.
Me siento en el extremo oriental de la cala del Desnarigado. Aquí se escucha el constante batir del mar, un sonido que echaba de menos y que asocio con mi infancia. Siempre me ha gustado el mar, aunque no ha sido hasta traspasar el meridiano de mi vida cuando he dado el salto para expresar por escrito mis percepciones, emociones y pensamientos que me evoca el mar y, en general, la naturaleza.
El azul del mar es muy intenso y de tal belleza que hasta la luna se ha quedado esta mañana para disfrutar de su tonalidad.
Hace algo de frío en la parte sombría de la cala, por lo que me he trasladado a la zona soleada. El frío lo trae el viento de poniente que empieza a soplar con cierta fuerza. Es cierto que nos deja frío, pero también una luz radiante que intensifica los colores. Hablando de luz y de colores, ayer, volviendo por la tarde del hospital para cuidar a mi padre, experimenté una sensación fuera de lo común. Me sentí envuelto en una atmósfera mágica que cubría a Ceuta con un manto azul pleno de vida. Era el Alma del Mundo. Escuchaba las aves y sentía el flujo de la vida, como si fuera el único hombre en la tierra y un ser eterno. Me emociono al describir la sensación que sentí ayer, pero que cada día es más habitual en mi existencia. Me siento uno con el alma del mundo y agradecido de poder experimentar y expresar estas sensaciones.
Inmerso en el Anima Mundi me inunda un sentimiento de profunda quietud y serenidad. No pensaba, sólo sentía. Experimenté el profundo significado de la vida y la inmortalidad del alma. Puede que este regalo me lo ofreciera mi padre al cogerlo ayer por la tarde de la mano.
A la vuelta he ido cogiendo flores para llevarselas a mi padre al hospital. A él le gustaba mucho tomar fotos de las flores.
En uno de los lados del Camino de Ronda han crecido abundantes ejemplares de capuchinas entre las que vuelan muchas mariposas blancas que me traen el recuerdo de Walt Whitman. Da la impresión que a esta especie de mariposa les gusta de manera especial las capuchinas.
Con un buen ramillete de flores he llegado a casa para desayunar con Silvia, mientras lo hacia ha sucedido una curiosa sincronía. En la taza de té que utilizo desde hace muchos años está representado un velero tipo clipper llamado “Flying cloud”, la nube voladora. Este barco se asemeja mucho a la nube con forma de barco que he visto surcar en la bahía sur de Ceuta.